domingo, 9 de agosto de 2009

JULIANCITO Y AUTOMARÍA - PERSONAJES POPULARES DE CHIQUIÁN "ESPEJITO DEL CIELO"

áChiquián: Valle del Aynín
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Por: Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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Era una fría tarde a puertas de Navidad de 1960 en Chiquián. El viento cortaba el aire con rigor, y las nubes surcaban preñadas de agua sobre Aquia, amenazando con una mangada gris. Cerca del ocaso acompañé a mi “papá viejo” para arrear becerros, desde la hondonada de Pashpa hasta el empinado Maraurán.
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Todo el trayecto fue un concierto de: “arre, arre” y “muu, muu', escoltados por pencas y eucaliptos, hasta que en el frontis del potrero, mi abuelito Hortensio revisó los bolsillos de su saco y no encontró la llave de madera para abrir el portón. En ese entonces se utilizaban candados de madera para proteger los potreros, de los dueños de burros y caballos dañeros.
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Cumpliendo el encargo de traer la llave, retorné al pueblo. Ya en Quihuillán pude avistar a Juliancito, nuestro recordado “Mudito de Huasta”, recostado con su apachico en la pared de la familia Vicuña Valverde.
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De pronto una racha de viento le arrebató su sombrero y cuando lo arrastraba hacia el barrio de Alto Perú, la viejecita Automaría, que pasaba por ahí, tiró al piso su atado de leña y corrió tras el sombrero hasta lograr asirlo, entregándoselo a Juliancito con una sonrisa. Todo ello, en presencia de cinco personas que estaban paradas sonrientes, observando una partida de póquer, bajo el umbral de la zapatería de 'Rucu Feliciano”.
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Al acercarme, vi en los rostros de Juliancito y Automaría, la expresión suprema de la gratitud y la satisfacción por el deber cumplido. El júbilo y gozo de ambos fue indescifrable para mi pequeño corazón, quedando impresa en mi mente la obra de bien de aquella humilde señora, que caminaba ágil, dando la impresión de estar flotando en el aire.
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Desde aquel día, ha pasado mucha agua por las calles del barrio de Quihuillán, borrando las huellas de mil caminantes, pero los pasos de Automaría y Juliancito, personajes muy queridos por el pueblo, permanecerán por siempre iluminando la senda del bien.
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Breve comentario:
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Cuando ayudamos al prójimo, nos acercamos espiritualmente a sus necesidades, que también son las nuestras, en el duro camino de la existencia terrena. Nuestro corazón vibra de felicidad al socorrer a quien está pasando penurias, y sus bendiciones no tardan en darnos el abrazo fraterno. Sin duda, esta experiencia de vida, fue mi mejor regalo navideño en Chiquián.
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Con el ejemplo de la señora 'Automaría' de Quihuillán, aprendí que el ser humano nunca está demasiado atareado para ayudar, que no es demasiado pobre para dar sin esperar nada a cambio, y que en cualquier circunstancia, por más adversa que esta sea, debemos mostrarnos serviciales.
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Huaraz, DIC 1981
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Plaza de Armas de Chiquián
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