sábado, 28 de marzo de 2009

EL ICHICQULGO DEL ARPA DE ORO - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO

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EL ICHICQULGO DEL ARPA DE ORO

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

West Palm Beach, 21 NOV 1995

Sonqollay:
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Anoche, antes de acostarme, leí el poema "SIEMBRA DE AMOR" del maestro Manuel Roque Dextre, hombre de leyes, Presidente de la Federación de Estudiantes del Perú (en su juventud), dirigente nacional de un partido político, maestro de maestros, señor de señores, ejemplo de ejemplos, minero y ganadero, pero sobre todo un gran amigo; con cuyos versos amados me quedé dormido y soñé nuevamente con Chiquián querido.
 

 
En este arcano sueño de madrugada, los impulsos del tiempo se hicieron vuelo y viajamos a Usgor, cascada de granito que pule el viento pasando y repasando tocando rondines. Una vez allí, escuché el sonido del agua cayendo y corriendo por la quebrada, en dúo con la melodía del arpa de oro de un ichicqulgo, que cantaba "Aguas de Usgor".

Miré a todos lados y sólo habían ramas sin color, laderas sin verdor, los escarpados parecían ceniza mojada, no brillaba la Luna ni los ninacurus. Mi sombra era la única compañía. Entonces sentí frío en la médula e intenté sobrevivir gritando:

- ¿Quién es?.

- Soy el centinela de Usgor, que con su arpa llora -me contestó un espíritu oculto en el silencio fúnebre de las tinieblas.

En eso escuché otra voz, pero humana, que subía jadeante con el eco desde la casa de don Raúl Espejo:

- No le hagas caso Pichuichanca, te quiere robar el alma, felizmente las estrellas ya no brillan, la luna se apagó y el alba empieza a lucir su lumbre contra estos diablitos enanos, mientras tanto recita el poema que escribiste de chiuchi -le hice caso y declamé trémulo:
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Cascada de embrujo,
mosaico multicolor,
tu cerro se eleva
y besa el cielo.

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Fuente de inspiración,
fiel confidente
de los bardos
que amaron tanto.

 
.Al cabo de un breve silencio, el cielo se iluminó y sentí su gloria tan grata como la aurora de la vida; cogí las ramas de un eucalipto tierno, hice una corona con ellas y la arrojé al abismo como pago a la tierra de mis viejos. Luego desplegué mis alas y levanté vuelo rompiendo las nubes como navaja de viento y descendí en picada hasta el maná de la eterna primavera que baña el feraz valle del Aynín.
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Parado a orillas del río me quité las alas de plata y las lancé al cauce. Medité unos segundos y le hablé:
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- Querido río, tus aguas corren y correrán mientras las altas cumbres lleven puestos sus tucumanes blancos y el sol ordeñe las nubes para que bailen con el aire la danza de la lluvia, haciendo brotar cascadas de vida en los campos donde juegan los chiuchis de trigo. Hoy deja que te beba hasta calmar la sed de mis sueños...
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Caminé la orilla perlada y trepé la roca que soportaba un huaro de saúco; bajé la miraba y me quedé observando un remolino que tarareaba el huachihualito con las ramas. Después seguí andando hasta un sauce donde recliné mi frente, y sentí su llanto, recordando los "safaris" de los infantes del 378... En la corteza de su nervudo tallo aún perviven los corazones con flechas de Cupido, que grabamos de niños.

A las seis de la mañana los rayos solares cubrieron el lecho del Aynín, agitando su luz sobre las aguas cristalinas. Los huínchus, yocyocos y pichuichancas parlotearon felices en las múllacas y alisos, con trinos sonoros que alegraron mi alma. Las flores silvestres con sus collares de shulay exhalaron frescura, y los cerros huastinos se vistieron de verde tarapaqueño, animando mis pupilas capulí, en tanto Chiquián despertaba de su sueño dominguero para la misa de 7..

En el horizonte fulguraba impoluto el Yerupajá... Muy lejos quedó el momento cuando un ichicqulgo intentó arrancarme el alma con la melodía de su arpa de oro, destilando el agónico lamento de su corazón de agua sin arterias ni ventrículos.

Pichuichanca
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