jueves, 29 de abril de 2021

EN EL DÍA MUNDIAL DE LA DANZA - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

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DANZAS CHIQUIANAS. 
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
 
Son como el seductor chinguirito,  
recargan el ánimo del alma telúrica;
tal vez no todos danzamos con galanura,
pero son nuestras y tenemos que amarlas.
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Los Diablitos y su Marica, gustan a chiuchis y longevos
hacen piruetas al son del arpa en Corpus Christi,
restallan chicotes y centellan sus espuelas,
 
 siete acróbatas de huancachos cuernos.
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Los nobles Negritos de Navidad,
de terno, mantilla, máscara y sombrero,
danzan con campanilla y regatón plateado,
acordes de violín sollozante y piden !huarapo¡
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Los Huarastujoj bailan con píncullo y roncadora
durante el relimpio de estanques y acequias;
parodian a los huaracinos tucru en mano,
poniendo quietos a los niños traviesos.
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Gijas o Danzantes los llaman,
rinden homenaje a los guerreros incas,
bailando en círculos y líneas de seis a ocho,
 
luciendo fustanes, máscaras y porras de madera.
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A estas polícromas estampas costumbristas,
suman su señorío los amigables Rucus,
y el Rayán con píncullo sonoro
en las techas de casas.

También danzan el Inca y el Capitán,
Rumiñahui y los acompañantes,
las pallas y el Abanderado,
con bandas y orquestas.
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Chiquián - 1988
 
 

 
 
 




 

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LA DANZA DE LOS PALLOS
 
Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
 
 "La Danza Andina: nervio, ala, fuego..." Aralba 
 
La DANZA PERUANA, como expresión de nervuda raigambre popular, usualmente tiene, en el mejor sentido de la palabra, carácter vindicativo. Sentimiento que nace, crece y se multiplica en el alma sensible del pueblo, en la interminable cadena de contiendas de una guerra desigual, que libran el mal y el bien, desde tiempos de Caín y Abel.

Una de las manifestaciones que brilla con luz propia es la DANZA DE LOS PALLOS, a mucho orgullo, legado originario de nuestro suelo, acicalado con el paso de los siglos en la acibarada fragua del sincretismo cultural de dos mundos de disímiles filosofías. Uno, venido de lejos: sinónimo de conquista, desolación y muerte. El otro, autóctono: constructor de andenes de vida.

La mojiganga de los aguerridos chucos recorre a paso de chasqui los polvorientos caminos de la historia, con gemidos de pincullos pentafónicos que brotan de la garganta del curtido chiroco, al compas de la tinya que golpea con diestra mano, esparciendo al viento tonadas de vibrantes notas, llenando de coraje el espíritu del danzante telúrico, que ingresa altivo, con marcada unción al apóstol Santiago, crece en hileras y se ramifica en figuras geométricas de colorida coreografía, mientras va manando volcánico el expresivo ¡Jai, jai, jai, jai…!, grito marcial o alarido, que sale del músculo cardíaco del ágil guerrero; luego “marca el punto”, y finalmente el saludo reverente al Patrono de Santiago de Chuco, a la voz del Pallo Mayor. 

Ritual sagrado con melodías de jugosa cepa milenaria, fusión de misteriosos semitonos que suben de los ríos turbulentos, del viento que ruge impávido, del granizo tamborilero, del trinar canoro de las aves y del trueno que estremece hasta los cartílagos, que es como se fragua la inspiración en el mundo andino. Sano testimonio de credo y folklore de ilimitada riqueza espiritual y cultural, como expresión de mestizaje integrador, bajo el añil y oro del cielo serrano, al amparo de los apus soberanos, de los venerables auquis y de la fe inquebrantable de un pueblo vigoroso.

Espadas de madera y sombreros arremangados, a la usanza del apóstol Santiago “El Mayor”, cual mazos y birretes de corequenques vuelos donde reluce el intelecto de los precolombinos chucos, desafían el vértigo de las agrícolas cumbres para rendir tributo al Dios Catequil, anciano sabio, sembrador de conocimiento en las mentes y los latidos campesinos con sed de aprender, enseñar y compartir en abundancia su dulce fruto.

Pies bravíos empapados de sudor vital, bajo extensas medias y botines apretados, hacen brotar centellas de las piedras eternas, al son de los broncíneos cascabeles que acompañan al interminable zapateo. Gran destreza y resistencia al dolor acerbo, esencia medular de la cosmovisión andina que nutre, revitaliza y anima con bríos la forja diaria desde tiempos inmemoriales.

El atuendo, amalgama del vestido de los cruzados de la Edad Media con la túnica del guerrero chuco, es de tela de algodón de una sola pieza, desde el cuello hasta debajo de las rodillas, de brillantes ocres, verdes, azules o escarlatas, orlados con hilos dorados. Y haciendo contraste con el color del traje, ciñe el talle un vistoso cinturón, y dos bandas en aspa con bruñidos espejuelos cruzando el torso del vigoroso danzante, cuyo rostro inescrutable cubre un tejido de tul.
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La Danza de los Pallos, que se yergue insigne como Patrimonio Cultural de la Nación, tuvo presencia estelar durante el XIV Encuentro Internacional de Capulí, Vallejo y su Tierra, en Trujillo y en la cuna del vate universal César Vallejo. El I FESTIVAL DEL PALLO TRADICIONAL DE SANTIAGO DE CHUCO, realizado el 18 de mayo de 2013, se vio engalanado con la participación de niños, adolescentes y jóvenes danzantes autóctonos de los caseríos de Huashgón, Cunguay, Aguiñuay y Huayatán. Reeditó su performance en  el Festival de Danzas Folclóricas del XV Encuentro Internacional de Capulí, Vallejo y su tierra (20 / 25 de mayo de 2014). 
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En la siguiente dirección electrónica, la DANZA DE LOS PALLOS, desarrollada por alumnos del emblemático colegio nacional SAN JUAN de trujillo, centro de estudios donde el escritor Ciro Alegría Bazán tuvo como Maestro a César Vallejo. Asimismo la danza en la versión del grupo ATIK SAMI, en Santiago de Chuco. Hacer clic:


IMÁGENES:
 
  Lidia Irene Vásquez Ruiz 
 
 En Trujillo
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En Santiago de Chuco
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miércoles, 28 de abril de 2021

EL HUAYCO Y EL ARROYUELO - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

 


EL HUAYCO Y EL ARROYUELO

 Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

La mañana está espléndida, el Sol acaricia los mechones blancos de las montañas engendrando arroyuelos que bajan cantarinos por las cañadas. Unos reparten verdor a su paso, otros se abrazan con las mágicas lagunas.
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Con la llegada del ocaso el cielo se torna gris y empieza a llover entre truenos, rayos y relámpagos: no hay arco iris en el horizonte incierto. El intenso aguacero aborta un huayco que ruge furioso en la quebrada y se desparrama violento, arrasándolo todo. A la distancia ve que un arroyuelo baja fecundando vida y le grita:

- ¡Hazte a un lado esmirriado arroyuelo!

Frente a la amenaza el arroyuelo cede su angosto cauce y cae sobre las flores que crecen a la vera del desfiladero. A unas horas de haber cesado la lluvia del huayco sólo quedan: piedras, fango, desolación y muerte.

A la mañana siguiente los rayos solares convierten el bello paisaje andino en campo yermo. Contemplando este cuadro devastado las flores lloran gotas de rocío para calmar la sed de la quebrada. 
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"Seamos arroyuelo que hace germinar la simiente, 
nunca huayco fiero que arrasa lo sembrado" 
Nalo AB - Chiquián, Perú agosto de 1983
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Fuente:
 
Apuntes chiquianos para niños telúricos, de Nalo Alvarado Balarezo. 
 
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martes, 27 de abril de 2021

MISA DE HONRAS: ARTURO ALDAVE REYES, JUEVES 29 DE ABRIL, 6 PM, EN EL PRIMER MES DE SU SENSIBLE PARTIDA

  

Fuente:

María del Pilar Cárdenas Márquez, Presidenta de AEPA

RECUERDOS CHIQUIANOS












ALMA CHIQUIANA

 


 RECUERDOS

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CHIQUIÁN: 
 
Cielo azul

30 de agosto en soledad,
con el ala rota una vez más,
horizonte incierto, cielo azul,
fuegos artificiales, Salva fugaz,
vuelve la noche, con su negro tul.

Toca la banda, hasta el amanecer,
por las callecitas del viejo hogar;
horizonte incierto, cielo azul,
ausencia triste, lejana estás,
sueño distante, coplas de ayer.

Tardecita fría, de paisaje gris,
ya mi alma mira desde el dintel;
en nocturno cielo, la quena llora,
y junto a ella, una guitarra implora
porque un corazón, dejó de latir.

Nalo AB - 15651
 
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PASAJERO DEL TIEMPO 
 
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
 
Bajo los párpados para soñar despierto, y sobrevuelo Chiquián con el pensamiento...

Busco por todos lados, mas no encuentro a mis amigos. Unos están en el cielo, otros en el mundo esparcidos. En el jirón Leoncio Prado la oscuridad rasga mi pecho, pues muchos vecinos se han ido, y por más que en los rostros de sus hijos se reflejan, no late ese sentimiento telúrico tan arraigado en los viejos, y me siento forastero en mi propia tierra.
 
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En este agonizante mutismo de un barrio otrora alegre, el llanto se esconde en mis pupilas con un rayo de luz que me invita un acre trago de nostalgia. Fantasía gris de un tiempo que se va haciendo ceniza; no sé si fatigado por el paso de los años, o curvado por el peso de los sueños truncos en un batir de alas agoniza, como los ojos que perdieron la facultad de llorar, como los labios secos que se olvidaron de besar, como las manos cuajadas de venas moradas, como una laguna congelada en mil sollozos, como un cortejo de almas penitentes en un viernes cansado de vivir, como aquella golondrina de verano que se marchó para no volver, o el presagio que envuelto en un gemido adivina que muy pronto será la rígida manecilla de un reloj fenecido.
 


 
Ya es medianoche, y veo pasar por la acera a un viejo vecino con su poncho de neblina. Va murmurando sobre el paso del tiempo que en la noche esconde sus horas vacías. Entonces vienen a mi mente los versos que buscan tierra de sepulcro en un paraíso de torcazas hartas de volar, y barquitos de maguey anclados a la vera de Maraurán, aguardando a sus capitanes que descansan en paz.

En el rostro del vecino querido veo incontables surcos que el arado de la vida ha labrado. Tiene la mirada con nubes nacaradas que flotan donde duermen sus recuerdos. Sólo atino a contemplarlo a través de dos lágrimas que ruedan para regar la tierra generosa de mis viejos.
 


 
Ya está amaciendo, y el anciano sigue andando empujado por el viento para nunca más volver, como avanza el tiempo sin retroceder, mientras las sombras aguardan con sus brazos de hielo.

No sé qué es lo que lo sostiene en pie, mas lo contemplo en silencio y llegan a mi memoria aquellos pilares de carne, pellejo y huesos que sustentaron mi barrio de Jircán colmado de Yerupajá, tardes de toros al son de la banda y trotes de caballos en el empedrado, aquellos cascos, que así como labran caminos, también se detienen para siempre.
 


 
No escucho risas, golpes de canga ni huaynos en el vecindario, sólo un pichuichanca invidente que no sabe de sol, de luna ni de estrellas, trina en el alero un canto de esperanza, hurgando un poco más de tiempo, como las hilachas de la memoria colectiva que el tiempo desovilla a falta de una rueca que las hile hasta convertirlas en poncho, en cuya trama nadie falte ni sobre.
 
 

 
Son las 6 de la mañana, me persigno e ingreso a casa. En mi pequeña biblioteca reviso mis viejos cuadernos, y en sus hojas pálidas de años y lejanía, dejo mis lágrimas otoñales recordando a mis vecinos y amigos. Junto a los cuadernos, en un candelabro lleno de gotas endurecidas de dos cirios consumidos, reposan los recuerdos de largas horas de angustia de mi madre por el esposo viajero.
 
 

Bebo un sorbo de agua con sabor a cuntu añejo, y un pensamiento errante me aprieta el alma. Entonces, parafraseando un pensamiento milenario, declamo: "¡Qué terrible será ser eterno cuando todos se hayan ido!. Gracias a Dios nadie puede con el límite... y la vida se va en un sueño con los carruajes del silencio, pues aún no se ha inventado algo que detenga el fin"...
 


 
De pronto asoman como aves temporarias las palabras de mi viejo amigo Panchito Gonzáles, que vienen desde Marián, HUARAZ: "Nacer o morir, ¿Un mismo significado?.. morir y nacer, interrogante sin respuesta. ¿La partida será el encuentro? ¡He ahí el misterio de la vida¡... el palpitar se detiene y las arterias son caminos desiertos... el soplo ha desaparecido. Y así, una y otra vez la Fábula de Higinio: “La tierra pide lo que es suyo y el alma al infinito, va en pos de una nueva creación". Sí, ayer llegó el final; la razón y el sentimiento en su lucha tenaz no llegaron a ningún acuerdo, pero triunfó el corazón:.. “Hay que llorar por los seres que se alejan de nuestro lado para siempre, pues son nuestra razón de existir, amor de amores, pena de penas, se diluye en un segundo y todo se acaba”.

Abro los ojos; y aquí, en el cementerio de Chiquián, yace un viejo poema cubierto de pétalos blancos...

Tulpajapana, 02 NOV 2003


Cementerio de Chiquián