Danilo Sánchez Lihón
1. Ribetes
dorados
Este era un mago que al principio era un niño muy raro
y curioso. En primer lugar, no quería ser abogado ni médico ni profesor.
Tampoco deseaba ser soldado, ingeniero o contador que
se pasara la vida detrás de un mostrador.
Le gustaba, en realidad, todos los oficios extraños
sin fama ni reputación. Lo primero que quiso ser fue un buen vendedor de
helados.
Nadie sabe cómo se las arregló para hacerse de un
cornetín, pero lo cierto es que una tarde apareció tocándolo de modo largo y
lastimero como hacen los heladeros.
Para eso también se había conseguido un gorro azul con
ribetes dorados como los que tienen los que se dedican a esta labor.
Salió a la calle y casi de inmediato consiguió empleo
montado en la parte de atrás de una carretilla de helados verdadera de un
hombre de buen humor a quien le pareció graciosa la imitación que de él hacía
el chiquillo.
2. ¡No
te vayas!
Lo empleó por jugar pero lo extraordinario fue que
desde ese instante las ventas de helados subieron a cifras que ya no se podían
contar.
Y el dinero en las cajas se derramaba, por el éxito
exagerado que tenían en esas pocas horas.
– ¡Somos ricos! ¡Somos ricos! –Gritaba en su alegría
el buen hombre–.
Pero el niño a la mañana siguiente ve a un personaje
que camina en una cuerda tendida desde la cúpula de la iglesia y que se
prolonga hasta la azotea del edificio más alto hacia el lado opuesto de la
plaza.
Su deseo es inmediato: ir también caminando por los
aires, como lo hacía el equilibrista.
– ¡No te vayas! ¡No me dejes! –Le ruega el heladero–.
Si quieres tú maneja esta carreta y yo compro otra. Si quieres tengamos el
negocio a medias, mitad y mitad. Será tuyo todo lo que tengo. Te casarás con mi
hija cuando seas grande. ¡Piensa siquiera un momento! –Implora en su
desesperación antes de que él lo deje.
3. Día
tras día
Pero es en vano. Nada puede conmover ni detener al
chico y al rato, ¡no se sabe cómo!, apareció tambaleándose en un extremo de la
cuerda.
Cuando el equilibrista verdadero terminaba de dar, al
otro lado del abismo, su último paso y llegar y cogerse del borde de la azotea,
empezaba tambaleándose el niño raro y curioso que nació para ser mago.
Un grito de espanto se escuchó en el público que
observaba desde abajo. Eso lo detuvo y lo hizo perder el paso al chico unos
breves segundos.
Pero, luego, avanzó resuelto, con un balanceo perfecto
que arrancaba lágrimas y aplausos de la concurrencia; mientras las viejitas se desmayaban
al verlo pasar muy alto encima de sus cabezas.
Día tras día, la gente se aglomeraba para verlo actuar
y grandes negocios se hacían allá abajo vendiendo pastelillos, empanadas, refrescos y mil cachivaches y baratijas.
4. Dejó
todo
El viejo heladero lo contemplaba hacia arriba
enjugándose los ojos con un pañuelo
– ¡Empanadas calientitas, mientras mira al artista!
– ¡Refrescos! ¡Vendo refrescos!
– Papas rellenas con limón, cebolla y ají.
– ¡Pastelillos, pastelillos de equilibrista!
Así se repetía este bullicio de uno a otro confín.
Eran los pregones de la gente sencilla.
Pero, pronto descubrió el chico, desde lo alto de la
cuerda, a un organillero que movía la manivela de una caja de música y a un
mono vestido de muñeca que sacaba las suertes en unos papelitos.
Dejó todo, con el desconsuelo y luego la protesta de
decenas de ambulantes que vivían de su espectáculo allá arriba y ellos allá
abajo.
De nada sirvieron gemidos, llantos ni ahogos. Tampoco
amenazas de matarlo.
5. Como
jamás
Y se fue detrás del organillero que, al rato, lo
empleaba en cargar el atril y a ratos jalar el cajón donde el mono cogía los
horóscopos en retazos multicolores de papel.
En ellos se adivina el destino de la gente que paga
sus últimos centavos por conocer miserias y también sueños irrealizables y
delirios de felicidad y de grandeza.
El hombre del organillo comprobó que desde que el niño
lo acompañaba las ganancias eran estupendas, y es más resultaron fabulosas.
Tanto que tuvo que pararse delante de la puerta donde
le imprimían más papelitos porque el negocio era redondo.
Y los billetes de cien soles no le cabían en los
bolsillos, como jamás lo había tenido antes.
6. Bosques
tropicales
Sólo que este niño
que nació para ser alguien muy raro y curioso, nunca permanecía por
mucho tiempo en un oficio, por más extraordinario que fuera el dinero que se
ganara.
Y así fue creciendo de empleo en empleo. Y cada vez
también cambiaba de lugar de permanencia.
Ya cuando fue mayorcito viajó también de país en país.
Por eso, hoy día es marinero en Trinidad y Tobago y
mañana es aviador en Estambul.
Hoy es cambista en Madagascar y mañana sembrador de
perlas en Japón.
Hoy es tocador de gaita en Irlanda y mañana recolector
de frambuesas en Jacksonville.
Hoy es navegante expedicionario hacía el Polo Norte y
mañana como explorador de finas maderas en los bosques tropicales de la
Amazonía del Perú.
7. Historia
extraordinaria
En todos estos menesteres el dinero le llegaba a
torrentes. Por eso, hizo un precioso palacio de perlas y diamantes que regaló
de incógnito a su madre, como si ella lo ganara en un papelito que le diera el
organillero, quien de buena gana colaboró en hacer creer esto a la buena
señora.
Una pileta con incrustaciones y una larga calle
empedrada de azulejos mandó construir calladamente para el pequeño pueblo que
lo viera nacer, para lo cual hizo aparecer como el que lo regalaba a un antiguo
compañero de escuela que de inmediato fue elegido alcalde de su comunidad.
Una banda completa de instrumentos de música apareció
cierta mañana en la puerta de la escuela donde había estudiado la educación
primaria. En fin, no acabaríamos nunca si tratáramos de enumerar todo aquello
que obsequiaba a su paso.
Hasta un día en que alguien al desgaire le dijo que
era un mago. Se le agrandaron las pupilas y tuvo las ganas indetenibles de
hacerse un mago de a verdad, y allí empieza esta historia extraordinaria.
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