miércoles, 23 de septiembre de 2015

CHIQUIÁN: PARAÍSO ESCONDIDO EN LOS ANDES - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

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CHIQUIÁN: PARAÍSO ESCONDIDO EN LOS ANDES

Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

Si bien es cierto que por comentarios de mis familiares, sabía que Chiquián era un bello lugar agrícola/ganadero, mi sorpresa fue mayor cuando mi papá detuvo el carro en Caranca, y vi un pueblo de ensueño. En ese momento desgarró mi corazón el grito del silencio, que en circunstancias extremas hace trizas el eco convirtiéndolo en perlas de muda admiración.

Después de unos segundos de contemplación, musité: "El paraíso existe y se llama CHIQUIÁN", pues me quedé fascinado con su belleza singular, enmarcada en el mágico Huayhuash. 


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La cordillera Huayhuash presenta una deslumbrante blancura en sus 34 kilómetros de largo, con sus nevados: Yerupajá 6,634 m.s.n.m (segundo de mayor altura en el Perú); Jirishanca 6,126 m.s.n.m, Siulá 6,356 m.s.n.m, Sarapo 6,143 m.s.n.m, Rasac 6017 m.sn.m, Carnicero 5,960 m.s.nm, Rondoy 5,883 m.s.n.m, Trapecio, 5659 m.s.n.m, Toro 5,545 m.s.n.m y Puscanturpa de 5,442 m.s.n.m, entre otros espectaculares glaciares, cuyos picachos tienen una morfología más quebrada, suma dificultad de acceso y superior encanto que sus similares de otras latitudes, haciendo contraste de tonalidad con los cerros que circundan Chiquián, pueblo solidario, cuna de cautivadoras mujeres e hijos inteligentes que bailan al son de la banda, del arpa y las avellanas, siempre al ritmo del corazón telúrico del legendario Luis Pardo.
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Fue cuando deteniendo el aliento pensé en voz alta, muy contento: “Acá me quedo, en las calles de la Costa hay carros a granel que corren sin control, el Sol quema fuerte y mi familia no vive ahí”.

- ¿Papá, puedo quedarme en Chiquián? -le pedí.

- ¡Claro!, ya pasaste lo peor, tu corazón soportó la altura y estás vivito y coleando. Si tú quieres ¡quédate!, tu mamá se va a alegrar -me dijo.

- Pero, ¿por qué no me trajiste antes, papito? -le pregunté.

- Antes que vinieras al mundo tuvimos un hijo que murió en Huacho, al nacer, y como naciste faltando cinco días para los siete meses y pesando un kilo y medio, preferimos que crecieras un poco más para traerte -me contestó con voz ondulante, como retrotrayendo a su memoria los tiempos de angustia que pasó por mi alicaída salud de neonato.

- ¿Y cómo es que sobreviví, si nací tan pequeño?

- Tu instinto de conservación te ayudó. Creo fue tu propia naturaleza, pues te portaste como los arbolitos delgados que se inclinan al sentir la fuerza del viento y se levantan cuando se calma. En cambio los árboles altos y fuertes lo retan quedándose parados y al final salen disparados raíz y todo.

-!Ahhh!, ¿y por qué sabes tanto? -interrogué con sorna.

-¿Te estás burlando de mí? -me retrucó y volvió a sonreír.

Pensar que 3 décadas después, en Chiquián, mi pequeña hija Erika haría similar comentario cuando hacíamos maletas con Lula, al finalizar la fiesta de Santa Rosa: "Papito me gustaría quedarme, acá somos muy felices, me cargas y abrazas todos los días; en cambio retornaremos a Lima y de allí viajarás a Huaraz o a otro lugar del Ande o de la Amazonía, sin saber si volverás". Y salió a despedirse de sus nuevos amiguitos.

Durante el descenso, y sin haberme repuesto de la sorpresa, mis ojos dilataron sus pupilas procurando grabar para siempre el pintoresco pueblo de Chiquián, que con los últimos estallidos del sol de la tarde descubría todo su esplendor, jugando con el viento en los solares llenos de vida, donde los niños de rostros chaposos reían de felicidad y correteaban sin temor a las sombras que ya empezaban a cubrir las veredas, bajo los techos rojos como la sangre de los toros bravos del Jirishanca y las paredes de antaño, tan blancas como el glaciar Yerupajá. Los dos colores forman la BANDERA PERUANA que siempre llevamos izada en nuestros corazones por más lejos que nos lleve el temporal de las oportunidades y los retos.

Durante el descenso la Plaza de Armas se mostraba hermosa, con sus ficus de copiosas hojas adornando sus esquinas. Jardines interiores de flores multicolores escoltadas por retoños de pencas violáceas, una pila central haciendo juego con la rotonda lateral de techo rojo y baranda verde, que hasta la actualidad continúa copándose de ponchos y pañolones durante las festividades y las épocas lluviosas. Asimismo pude observar en la plaza una iglesia grande de estructura colonial, que una tarde de domingo, en circunstancias que el pueblo espectaba un partido de fútbol en el estadio de Jircán, se desplomó aparatosamente, felizmente sin causar daño personal, cediendo el paso a otra nueva, como todo se renueva en las aguas del tiempo.

Sobre Chiquián se aprecia bajo el azul intenso de su cielo, dos regalos naturales de singular beldad por la perfección geográfica de su suelo y el verdor de su flora silvestre cuajada de árboles y chacras floridas: el cerro Capillapunta que se eleva a las alturas como centinela del pueblo, y la cascada de Putu, que vierte sus aguas cristalinas durante todo el año reverdeciendo los cultivos de trigo, maíz y habas, y los potreros de alfalfares esmeraldas. En el horizonte el Yerupajá sempiterno dándole brillo a los cerros morenos que besan el firmamento, e imprimiendo fulgor al esmaltado paisaje, proyectando así su alegre fisonomía. Galería natural a bóveda abierta donde reina el aire puro.

Así es “Espejito del Cielo”, nombre que ha perennizado Roberto Aldave Palacios, ser humano visionario, que año tras año entrega a Chiquián y al mundo, su arte deportivo y aventurero, haciendo de la zona un atractivo polo de desarrollo turístico.
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Caranca de mis amores, por qué sufro cuando me acerco a ti. Si estoy en "Espejito del cielo", río de felicidad; pero si digo: "adiós Chiquián querido", la congoja estruja mi alma, con ese dolor que hace vibrar las cuerdas de la matriz creadora, cuando se corta el cordón umbilical. Del mismo modo al despedirme de la tierra que me enseñó a no dejar de apretar una mano estirada a mi paso, siento angustia por las huellas que mis pies dejan en sus limpias callecitas, y mis labios impregnan sus huellas en los surcos que el arado de los años marca en las frentes de nuestros viejos, que viven añorando el retorno de sus hijos en cada fiesta patronal.

Ahora mismo en silencio cierro los ojos para recordar la carita de mi mamá, cuando una madrugada, sin previo aviso, arribé a Chiquián, en aquella época difícil para el Perú. Su alegría, su risa temblorosa de emoción por mi sorpresiva visita, sus abrazos y besos en mi faz helada por el viaje nocturno, como queriendo borrar desesperadamente con sus labios la señal dejada en mi rostro por tantas noches en vela, en Huaraz (junio de 1983).

Aquella hermosa mujer, buena esposa, madre ejemplar, abuela y bisabuelita adorada, que poco a poco se le fue yendo la vida y que un triste jueves de febrero que prefiero no recordar vi por última vez a través de un frío vidrio, con sus ojitos cerrados, sus labios dibujando una sonrisa angelical, con su sencillo peinado y sus manitas juntas apretando un Rosario en señal de oración; se fue de nuestro lado, mientras nos consolábamos con mi papá, mis hermanos y familiares, diciendo: "¿qué bonita está, no?... parece dormida".
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Ya en Chiquián, mi papá detuvo el vehículo en la Plaza de Armas, saludó con un apretón de manos a mi tío Apacho Vicuña y a don Calixto Durand, quienes vestían sombrero y poncho de color nogal. Recuerdo que cuando el camión se iba acercando a ambos, tuve la impresión de que eran dos figuras alargadas talladas en madera y que formaban parte de la plaza. Con el paso de los días aprendí a vestir como ellos.

Igualmente mi papá saludó a los policías: Pedro Cuevas, Víctor Morán, Francisco Sánchez y Alejandro Dextre, quienes se encontraban apostados con sus uniformes verde olivo en la puerta del Puesto de la Guardia Civil. Los policías devolvieron el saludo con dejo provinciano que los delató como paisanos. Sellaron la libreta de control vehicular y recibieron a cambio un ajado periódico La Prensa que mi papá compró la noche anterior en Barranca.

Cerca de la Iglesia se hallaban charlando los señores: Fanor Alva con sombrero de paño, terno y abrigo plomo, Simón Rayo con terno gris y pulóver blanco, de terno beige mi tío “Chino” Benito Calderón, y don Manuel Lara con terno azul marino. Particularmente el último de los nombrados tenía una característica muy especial en el Chiquián de mis tiernos años, pues para ir a trabajar a la Caja de Depósitos y Consignaciones lo hacía con su impecable terno oscuro, mientras que para realizar tareas comunales lo veíamos pasar sonriente acompañado de sus hijos Tito y Carlos, vestidos de faena y sus relucientes lampas y barretas al hombro.

Continuamos bajando por el jirón Dos de Mayo y detuvimos la marcha a la altura de la casa de "Mascota" Schereiber, a quien Miguel Arturo Barrenechea “Cholito Corazón”, ya había convertido en su musa infantil. Toqué la puerta y salió la señora Ofelia Córdova, quién me recibió un sobre sellado para su esposo don Aurelio, Notario de la localidad.

Cerca del lugar, estaban parados junto a la puerta del bar de don Guillermo Orihuela (Penco), tres parroquianos: el carismático sastre Jorge "Putu" Bolarte, con su cabello peinado con glostora al estilo “Gardel”, camisa blanca manga larga con ligas en el antebrazo, pantalón marrón a rayas, tirantes y zapatos de charol; mientras, el “Indio peruano” (Doroteo Rodríguez Minaya) y “Shaprita” (Manuel Ñato Allauca) lucían la barba crecida, sombrero a la pedrada, saco gris, pantalones negros de cordellate y llanques hechos a punta de navaja de una difunta llanta de algún camión amigo.

Las tres personas se acercaron al camión y le ofrecieron a mi papá una botella casi vacía de chinguirito (trago chiquiano). Los saludó y bebió lo que quedaba, provocando en sus anfitriones un gesto de abatimiento. Ante este cuadro no me quedó más remedio que alcanzarles por la ventana del vehículo una botella de coñac que mi papá compró en un restaurante de Chasquitambo durante el viaje.

Mientras mi papá charlaba con sus amigos, me quedé observando la transparente mirada de un pequeño hombre vestido de azul que me sonreía desde una esquina. Tenía puesto un sombrero modelo “capuleto” y llevaba sobre su espalda un apachico de bayeta muy abultado, su ropa estaba remendada, pero limpia y sus llanques mostrando sus uñas enlutadas. Lo que más llamaron mi atención fueron sus dientecitos blancos y sus labios púrpura enmarcados por una barba rala, estilo “mimo”. En mi tránsito por diferentes partes del mundo no he vuelto a percibir una sonrisa más dulce que la de Juliancito y, a estas alturas de mi existencia, sólo sé que Dios tiene la sonrisa de estos tiernos hombrecitos de trigo y miel.

Al preguntarle a mi papá por el ser humano que me impresionó tanto, me dijo:

- Es el “Mudito de Huasta”, novio de tu hermana y ha venido a Chiquián para participar del santo.

- !Ahh! -asentí, dando por cierto lo dicho.

En nuestra casa del Jr. Comercio se multiplicaron los besos y abrazos con mi mamá, mis hermanos Mirtha y Felipe, algunos familiares, como Charito Alvarado y Durid Calderón se acercaron a saludarme. También lo hicieron horas más tarde Tocho Robles, Chachi Alarcón, Arti y Violeta Oquendo, así como tres o cuatro vecinos más. Ya en la reunión por el cumpleaños vinieron otras personas mayores, entre ellos mi tío Fidel Balarezo (hermano de mi abuelo Hortensio) y su esposa Enma, tez de rosa y cabello castaño claro muy bello.

Durante la fiesta le comenté a mi hermana que había conocido a su “novio” el “Mudito de Huasta”. Ella sin pronunciar palabra salió corriendo a la calle… Yo no sé si a buscarlo, a recibirlo o despavorida por el susto que le di como regalo de cumpleaños. A los pocos minutos retornó molesta y me miró con aire solemne, marcando por primera vez sus diferencias conmigo:

- ¡Soy la primogénita y me respetas, así hayas venido de la costa! -no dije ni pío, buscando en mi memoria el significado de su contundente perorata.

Luego de este escueto discurso, me obsequió un “cocacho” en la cabeza, que me hizo ver estrellas. Hubiera continuado si no grito de dolor y le explico con lágrimas en los ojos que fue mi papá quién me comentó sobre su “novio”. De ahí para adelante nunca más la molesté con Juliancito. Había aprendido la lección.


Recuerdo que en momentos de su arenga la vi más alta que doña Ela García, mamá de Alberto “conejo” Reyes, la de mayor estatura en Chiquián; felizmente Mirthita no creció más, por la “helada” que le dio en Tupucancha durante nuestras vacaciones, que año tras año compartíamos con mi tía Zoila Calderón Pardo y mis primos Pablín y Durid Calderón, y Patuco Allauca Calderón, y nuestros amigos Ancha Núñez y Carlos Navarro el “rey del shuplac” (planta herbácea de bayas amarillas dulces).

También recuerdo que las 12 palabras de Mirtha retumbaron varias semanas en mi cabeza que intentaba comprender el fondo de su “arenga filosófica”. Palabras que repetiría cada vez que me pasaba de la raya; hasta que un feliz día de diciembre de 1963, cuando ya éramos más grandecitos, se acercó a la mesa donde estaba escribiendo una larga carta para mi abuelita Catita y me dijo:

- Bueno hermanito, ahora ya estás más alto que yo, eres un buen alumno, vas a pasar al Segundo de Secundaria y escribes poemas, hoy te dejo en libertad -acto seguido me dio un beso en la frente y se fue a su cuarto, de donde no salió hasta el día siguiente.

- ¿Qué le habrá pasado a la primogénita?, ¿será un milagro?, pensé emocionado -salí en busca de mi papá para contarle lo sucedido; él, para mi asombro, añadió a mis palabras:

- Tu hermana acaba de entregarme su libreta y ha desaprobado en Gramática, y repetirá de año para que les sirva de escarmiento a ustedes.

Casi al terminar la fiesta por el santo de Mirtha, Violeta, quien era su inseparable amiga, me invitó a visitar Shapash, una poza de agua cantarina en las afueras de Chiquián, y de paso, conocer una veta de arcilla blanca para fabricar ollitas de barro que había hallado en su chacra, gesto que agradecí y nos despedimos hasta las 10 de la mañana del día siguiente.

Cuando la casa quedó en silencio me quedé dormido en el regazo de mi mamá, que ni la “tranca” de pesada madera que se cayó al suelo por error de cálculo de mi papá, al abrir la puerta a su retorno de la cantina de Penco, hizo mover mis pestañas.
 
A las 7 de la mañana, al despertar, me sentí algo extraño, pues tenía sobre mí, cuatro pesadas frazadas multicolores de lana y la habitación no era conocida. Me vestí como pude, salí al patio e ingresé al comedor donde la familia desayunaba amenamente recordando la fiesta de cumpleaños.

Saludé a todos, tomé asiento en una silla y escuché en silencio opiniones divergentes sobre la escuela en la que sería matriculado. Mi papá optaba por la Pre Vocacional 351 donde según él, podría aprender zapatería con mi tío “Rucu Feliciano”, sastrería con el maestro Miguel Durand, horticultura con mi tío Crisólogo Ramírez Maturana, Carpintería con el maestro Manuel Quispe Hinostroza. Un mil oficios en potencia.

Alguien se opuso aduciendo que en el 351 habían alumnos que ya tenían hijos; que la escuela era muy grande y no ubicaría con facilidad mi salón de clases; que “Martín el campanero” tocaba muy fuerte la campana y se podrían dañar mis tímpanos; además contaba con piscina “olímpica” donde era posible que me ahogue por lo travieso que me veía, etc.

Otros argumentos recomendaban mi matrícula en el 378. Decían que ahí todos eran niños, que se encontraba en el boulevard de Quihuillán donde vivía mi abuelo Hortensio; estaba cerca a la clínica dental de “Cucadoctor” para cualquier emergencia, los pisos de tierra de sus salones eran “ecológicos” y que únicamente le faltaban ventanas, motas, tizas, pizarras, mapas, registros de notas, unas cuantas puertas, cuadros de los héroes, así como uno que otro profesor.

- Son detalles que lo solucionará el director don Fabián Cano Osorio -aseguraba mi mamá, en cerrada defensa.

Antes de finalizar el desayuno ganó la propuesta del 378 por tres votos contra dos, en una justa democrática de marzo, con la condición de que efectúe tres semanas de jornada cívico-académica en el Yachay Wasi de la amauta Dolorita Aguirre Novoa, academia preparatoria para la Primaria, de donde, además de leer al revés y al derecho cualquier periódico y en un dos por tres la tabla del cuatro y del ocho, egresaría como aprendiz en la fabricación de caramelos de leche y especializado en encolado de coronas de difunto. Es decir, todo un experto en artes dulces y pompas fúnebres.

Continuará...

Fuente:

Un trocito del libro "DEL MISMO TRIGO" - 1993 - NAB
 
 
 
 
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