viernes, 13 de enero de 2012

EL DAKAR DE NUESTRAS VIDAS - PLAN LECTOR: POR SUBIR A UN CAMIÓN - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

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CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA

Construcción y forja de la utopía andina


2012, AÑO DE LA DEFENSA DEL AGUA, LA VIDA



Yerupajá, desde Chiquián, ANCASH)


Y
CONSTRUCCIÓN DE LOS ANDENES NUEVOS


ENERO, MES DE LA DEFENSA DE LIMA

DEL NACIMIENTO DE ARGUEDAS, HERAUD Y

LAS LECCIONES QUE NOS DA MACHUPICCHU


PRÓXIMAS ACTIVIDADES DE CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA:


SÁBADO 14 DE ENERO. 7 PM

DISTINCIÓN “ÁGATA DEL ANILLO VALLEJO” A JORGE JAIME CÁRDENAS

CONFERENCIA: "LA INTELIGENCIA CREADORA"

***

PRESENTACIÓN DEL LIBRO “ESCRIBIR PARA TODOS” DE LUIS YÁÑEZ

SEMBLANZA DEL AUTOR: ROSA DEL CARPIO, EN EL AULA CAPULÍ

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INFORME SIPEA

LUCY MARTÍNEZ
PRESIDENTA
CALOS GARRIDO CHALÉN
LUIS SÁNCHEZ


DEL 18 AL 20 DE MAYO

CAPULÍ 13, VALLEJO Y SU TIERRA


Santiago de Chuco - Foto: Nalo Alvarado Balarezo


PEREGRINACIÓN
A SANTIAGO DE CHUCO TIERRA DE VALLEJO

FESTIVAL TRILCE DE LA CANCIÓN, LA POESÍA Y DANZA ANDINAS


Aula Capulí: Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 3 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República


Planta de capulí, florece a la entrada del Aula Capulí

Teléfonos Capulí: 420-3343 y 420-3860
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ACTUALIDAD




EL DAKAR DE NUESTRAS VIDAS


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Por Danilo Sánchez Lihón

1.

Es un solaz atávico jugar con naves y vehículos terrestres, acuáticos o espaciales; sea guiando barcos de papel en lagunas o acequias, sea haciendo rodar todo tipo de artefactos, porque seguramente en algún momento nos hemos trasladado y venido de otros mundos.

Porque hemos hecho la travesía por el fondo de los océanos. O porque somos nómades, migrantes o transeúntes permanentes. Y siempre estamos buscando objetos o aparatos que nos acompañen en los recorridos por la soledad de los caminos.

Si no, ¿por qué tanta fascinación que tenemos los varones por los vehículos como el de las mujeres por las muñecas?

En carreras como el Rally Dakar vemos que la subyugación no solo es de los pequeños en sus juegos sino más aún de los mayores o adultos en sus competencias.

Y no solo para quienes saben manejar esos carruajes sino para quienes los contemplan pasar. ¿Qué hay de ancestral, de trasfondo y de milenario en todo esto?


2.

El Rally Dakar es una competición anual que se realiza en el mes de enero por senderos de arena, barro, rocas, vegetación primitiva y trochas inclementes, que tiene cuatro categorías: 1) Automóviles. 2) Camiones. 3) Motocicletas, y 4) Cuatriciclos.

Se originó a partir de un suceso fortuito, cuando el motociclista francés Thierry Sabine participando en el rally Costa de Marfil-Costa Azul del año 1977, se salió de ruta y extravió en el desierto de Teneré, en el sur central del Sahara, en el país de Libia.

Se lo rescató después de varios días de entre las arenas, hecho que constituyó un milagro ser salvarlo por el equipo de rescate del certamen. Pero fue tal la fascinación de los paisajes que había visto, que quiso que otros gozaran también de esa maravilla.

E inauguró dos años después, en 1979, el rally París-Dakar, bajo el lema: “Un desafío para aquellos que parten. Y un sueño para quienes se quedan”.


3.

La vida de Thierry Sabine estaba marcada: murió en la carrera París Dakar del año 1986 al estrellarse en una duna del desierto de Malí el helicóptero desde donde supervisaba el desarrollo del evento.

Carrera que es de máxima aventura, absurda y temeraria, que como una paradoja al partir de lo salvaje se ha constituido en un acontecimiento de magnitud y jerarquía mundial en la era contemporánea.

Hace cuatro años se trasladó a Sudamérica después que la agrupación Al Qaeda la amenazara por hacer del África un continente de diversión, sobre una base de poblaciones que sufren de hambre crónica, padecen contaminación de epidemias como el sida, donde cunde la discriminación racial y se enfrentan facciones en cruentas guerras tribales.

En esta oportunidad del año 2012 el recorrido abarca 8,400 kilómetros desde su partida en Mar del Plata en Argentina, hasta su llegada a la virreinal Lima, en Perú, pasando por la parte noreste de Chile.


4.

Pero quiero referirme aquí a algo más primario y es la fascinación del ser humano por los vehículos que ruedan y que pasean por terrenos eriazos y pedregosos, realizando ritualmente así nuestro propio Dakar.

Juegos que en mi tierra cuando somos niños los hacemos con latas vacías de atún o portola y hasta con cajas de fósforos que llenamos de arena o tierra y las jalamos con un hilo por rutas impredecibles.

E igual que en el Dakar los conducimos entre piedras y cascajos, rocas y guijarros, terrenos secos o llovidos, entre yerbas y abrojos, subiendo y bajando por cumbres empinadas, manejando al borde de precipicios increíbles.

Haciendo el ruido de explosión de sus motores con nuestras propias bocas, deteniéndonos en subir o bajar cargamentos de ganado, víveres o pasajeros.

Igual que en el Dakar esa misma fascinación por los vehículos me costó mi primer arresto y prisión, que felizmente también fue la última en mi vida, suceso que a continuación paso a narrarte paciente y amable lector.




POR SUBIR
A UN CAMIÓN




Por Danilo Sánchez Lihón


"Así es la vida, tal como es la vida, allá,
detrás del infinito".
César Vallejo



1. Ante
las miradas atónitas

Haber subido a un camión daba una categoría extraordinaria a cualquier niño de la escuela, hecho que lo hacía a uno distinto y por encima del resto de los compañeros.

Era una jerarquía consagratoria. Y ya lo máximo, mucho más que eso, era haber paseado en góndola, que no era sino un camión con dos o tres filas de asientos de madera para pasajeros en la parte delantera.

Automóviles no los conocíamos en mi aldea donde no los habíamos visto nunca, aunque alguna vez cuentan que llegó uno que estuvo expuesto como yema de huevo relumbrando a la luz del sol y ante las miradas atónitas de la gente en la Plaza de Armas de Santiago de Chuco.

– Pero, quien ha subido a un camión ya es otra persona de mucha más importancia que nosotros–, sentencia en su comentario René Flores.

– ¡Yo he subido a uno un ratito!


2. Se contradice y es natural

– ¡Cuándo! –Reaccionábamos todos poniéndonos de pie para pescar la tremenda mentira.

– La verdad... es que me he soñado, –se disculpaba.

– ¡Yo sí he subido!–, decía otro.

– ¡Dónde!–, era la pregunta expectante.

– El otro día, mi tío Sinforiano me hizo subir desde su casa hasta la salida del pueblo.

A éste sí le creíamos algo, porque en verdad era sobrino de Don Sinforiano, el único dueño de un camión en Santiago de Chuco.

– Y, ¿qué tal es, ah?

– ¡Uy! ¡No se imaginan lo bonito que es! ¡Uno no se cansa nada! Pero dentro se siente el rugido fuerte del motor.

– ¿Es fuerte?

– No, es más bien suavecito... –Se contradice y es natural, por ser una experiencia extraña, completamente nueva.


3. Designio de los dioses

– Debe ser rudo el motor. –Comenta alguien.

– Porque imagínense qué fuerza tiene que tener para subir cuestas como la de Chollagueda.

– No. Debe ser suave porque si no se rodaría de bajada por esa cuesta.

– ¡Sí! Es suave, –era la conclusión general.

– Y, ¿cómo se ven las casas desde arriba?

– Se ven bajitas, chiquitas, como juguetes. Y a la gente desde arriba sólo ves sus cabezas.

Pero, pese a haber subido a un camión hacía mucho tiempo, el chiquillo que había experimentado esa aventura lo seguía contando, y aún tenía en sus ojos y en todo su ser el designio de los dioses por haber sido el privilegiado de gozar de esa inusual proeza.


4. Hasta una tarde

Algunos amigos nuestros ya lo habían vivido más en un viaje largo hasta Quiruvilca o Trujillo, pero ninguno de ellos había regresado a darnos la versión tremenda de su hazaña.

Sin embargo, para nosotros ellos eran prácticamente ídolos, aunque no hubieran retornado de uno de esos viajes que duraban días y semanas por los caminos anegados, lleno de fangales y curvas de pavor y de miedo.

Hasta una tarde en que, saliendo de la escuela, el único camión que llegaba de mes a mes a Santiago de Chuco de don Sinforiano, subía de la Plaza de Armas bufando y echando todo el humo del mundo por la calle.

Para verlo pasar, todo el grupo de chiquillos, con nuestros útiles escolares en los morrales, lo esperábamos de pie en la esquina del señor Noé Ferrer.


5. ¡Cómo que nada!

Este portento, para doblar la esquina, hacía un esfuerzo tremendo, que duraba un buen rato. Avanzaba y retrocedía por lo menos diez veces, faena en la cual el chulío corría para atrás y para adelante, a mirar y avisar, a fin de que no derrumbe la vereda, o el muro de la esquina.

O el techo de alguna casa, tan achatada, que los maderos de la carrocería lo derruían, con el reclamo quejoso de alguna abuela que lloriqueaba detrás de don Sinforiano, diciéndole:

– ¡Pague pué por el daño que le ha hecho a mi curahua!

– Nada ha sido, mamita. Haz que un cholito aviente los palos otra vez hacia arriba. ¡Nada más! ¡Nada ha pasado! –Era el comentario indolente del transportista.

– ¡Cómo que nada! ¿Y las tejas que han caído? Ahora que venga la lluvia va a desmoronar todo el muro. –Lloraba la viejita.


6. Recuerdo haber cerrado los ojos

Al fin, terminaba dándole un par de monedas. Pero aún así, no tenía cuándo acabar ese rito tremendo de bufar el camión para dar la curva. Y que nosotros, con los ojos muy abiertos y extasiados, veíamos, oíamos y olíamos absortos y estupefactos.

Cuando por fin lograba salir, doblando milagrosamente la esquina, avanzaba primero con dificultad para luego emprender la carrera por la calle alucinada.

Fue en una de esas ocasiones que yo, al haber estado mirando hipnotizado la parte trasera del vehículo, en un arranque de fascinación inconsciente, y antes de que fuera demasiado tarde, corrí, me impulsé con unos pasos largos y volé ¡suá!, cogiéndome de los maderos húmedos de la carrocería.

Portaba mi maletín en la espalda. Y asegurándome de estar bien cogido dejé colgar mis pies, que se iban arrastrando sobre las piedras. Y recuerdo haber cerrado los ojos, para no olvidar jamás la sensación gloriosa de ser parte del cuerpo de ese ser mítico.


7. El néctar deletéreo

Fue en ese instante que sentí otra fuerza que me aplastó la espalda y arrancó, haciéndome volar por los aires hasta dar con mis pies otra vez en la vereda. Y luego ser arrastrado por las calles como si un garfio se hubiera incrustado por mi cuello soldándose a mi uniforme.

Era el Cabo de la Policía Luis Pinto, un gigante recién llegado de Trujillo, quien luego de hacerme saltar para las piedras me llevó al ritmo de sus largos pasos rumbo al Puesto de la Guardia Civil, en donde quedé depositado.

Mientras él volvía a desaparecer cuan alto, duro e implacable era, para atrapar a algún otro chiquillo de mi pueblo, ilusionado en paladear el néctar deletéreo de lo que es ir en el lomo de ese animal fabuloso y antediluviano que es un camión.

La patota de compañeros corrió las dos cuadras que faltaban para llegar a mi casa, y atropelladamente le dijeron a la primera persona que estaba en la sala, que no podía ser otra que mi abuela Sofía, acerca del tremendo suceso que acababa de ocurrir y ellos de presenciar.


8. Corre tú más rápido

– ¡Elvira! –Gritó hacia adentro mi abuela. –¡Elvira!

– ¡Sí, señora Sofía! –Respondió alarmada mi mamá.

– ¡Jesús! ¡Dios mío! Estos niños dicen que al Fredito lo han llevado al Puesto Policial. ¡Corre! No lo vayan a pegar al chiquillo.

– ¿Qué? –Se espantó mi madre–. ¿Mi hijo en el Puesto de la Policía?

– ¡Lady!–, gritó mi abuela, llamando a mi tía casadera, rozagante y risueña que vivía dos cuadras más arriba y que pasaba en ese momento desprevenida delante de mi casa. –Corre tú más rápido. ¡Al Fredito lo han llevado el guardia!

Mi tía dio media vuelta y corrió calle abajo, mientras mi madre se jalaba los pelos y se arrancaba los vestidos lamentándose de la suerte que le deparaba un hijo suyo y por quien ya tendría que pisar el suelo de las comisarías. Levantaba los ojos y la cara al cielo, diciendo:

– ¡Qué mal he hecho, Dios mío en la vida, para merecer este castigo! ¿Qué mal he hecho?


9. Se apresuró a decir

Mientras tanto, a mi tía Lady la vi entrar sin que pudiera verme, sentado como yo estaba a un costado de la tenebrosa habitación en una silla que el sargento me había alcanzado, mientras me miraba con rostro severo y preocupado desde su escritorio.

– ¡Cómo es esto! –Entró gritando mi tía Lady–. ¡Quién se ha atrevido a traer aquí a mi sobrino!

– Ha sido el cabo Pinto, recién llegado. –Se apresuró a decir el sargento titubeante, disculpándose, puesto que era sobrino de mi abuela y primo de mi tía.

– ¿Quién?–, volvió a gritar mi tía.

– El cabo Luis Pinto. Él lo ha cogido mientras colgaba trepado al camión.

– ¡Y, qué!

– ¡Y lo ha traído!

– ¿Y tú no eres capaz de decirle que se dé cuenta qué clase de niño es, para traerlo al Puesto de la Policía? –Gritó mi tía queriendo coger algo y lanzarle.


10. Y, cogiéndome de la mano

– Cálmate Lady. –La apaciguó el sargento–. Hay una orden de traer a todo chiquillo que se monta en el camión, porque puede ocurrir un accidente.

– ¡Qué orden ni qué orden!

– Pero, ¿cómo es que el hijo del maestro se atreve a hacer algo que sólo hacen los vagos de la esquina?

Este argumento desarmó por breves segundos a mi tía, tanto que me miró, y a quien veía verdaderamente indignada, furiosa y con ganas de golpear a alguien.

– ¡Oye! Dijo volteándose hacia él, le dices a ese tal por cuál, cabo Pinto, ¡que no sé quién diablos es! –increpó todavía–, que tenga cuidado, que en cualquier momento lo atamos a un burro y lo botamos por el camino de regreso.

– ¡Le diré, le diré de quién y de qué se cuide! –Bufó el sargento.

Y, cogiéndome de la mano, mi tía me sacó por la puerta sin dignarse gastar más palabras, mientras la oía decir entre dientes:

– ¡Badulaques del cuerno! ¡Vamos Fredito.


11. Antes yo prefiero morir

Mi madre en mi casa estaba bañada en un mar de lágrimas. Al verme, su mirada fue de una condena implacable que me arrojaba al décimo círculo del infierno, mucho más allá y más abajo de lo que está Satanás.

Sentí que esa mirada me alcanzaba hasta el fin de mis días y recién entonces me sentí reo infame y culpable de haber mancillado atrozmente el nombre y el honor de mi familia.

– ¡Jamás pensé que por un hijo mío tenía que andar yendo a las cárceles! ¿Qué irás a ser cuando a tu edad hay que estarte sacando de las comisarías? –Fue su reproche. Y siguió:

– Pero antes yo prefiero morir, a tener que estar andando de prisión en prisión para verte.

Yo apenas tenía ocho años, sin ningún antecedente policial y ya mi madre se lamentaba de ese modo. ¡Como si antes ya hubiera caído bajo rejas en alguna celda o prisión!

– ¡Qué desengañada me siento, Dios mío! ¡Qué traición la de un hijo para con su madre! –Rompió a llorar y a gemir que parecía que algo había muerto en nuestras vidas.


12. ¿Qué ocurre?

La manera como lloraba mi mamá me asustó tanto que estuve a punto de empezar a gemir y lloriquear como ella lo hacía, cuando dijo:

– ¡Espera a que venga tu padre! ¡Le voy a pedir que te muela a palos para que te saque la mala sangre que llevas!

Esta manera de hablar atajó mis lágrimas, me envalentonó y no tanto por justificar el hecho, sino por lo exagerado de sus deducciones.

Aunque por el drama que se había armado me dio cierto miedo de lo que haría mi papá.

Cavilaba por algún lado cuando entró mi padre.

– ¿Qué ocurre? –Preguntó asustado al escuchar sus sollozos y ver lo enrojecido de sus ojos como el gesto doliente que ella tenía.

Rápidamente le contó los hechos de la captura y, sobre todo, la vergüenza del aviso y el rescate ignominioso.


13. No sé por qué

– ¿Y por qué ha sido? –Preguntó mi padre buscando mi mirada.

Yo no podía hablar, compungido y anonadado como estaba.

– ¡Háblale pues, para eso no eres valiente! ¡Ha sido por subirse a un camión! –Le dijo mi madre, acuseta.

Mi padre guardó silencio pensativo. Y subió el escalón, signo de que entraba a leer o a escribir en el cuarto del segundo piso.

– ¿Qué? ¿Cómo? –Gritó mi mamá–. ¿No vas siquiera a darle un par de chicotazos? ¡Claro! ¡Por eso este niño se ha vuelto un malcriado! –Chilló.

Mi padre, tan severo en corregirme hasta la forma en que doblaba un pañuelo, no sé por qué no le dio importancia a esa primera, grave, y felizmente última incursión, hasta el día de hoy, en el mundo oprobioso de las comisarías.

Claro. Ya me había librado de la paliza que me había sido anunciada, pero no de las miradas acusadoras y condenatorias de mis hermanos menores.


14. Meses más tarde

Ahora eran ellos quienes con sus ojos acusadores me lanzaban fieros reproches, porque entendían que yo era el culpable de ese llanto in-consolable en que se desangraba mamá, quien no se resignaba a seguir llorando.

Pero todo pasó y se olvidó, como todo pasa y se olvida en esta vida. El hecho de que mi padre no me hubiera castigado era para mi madre el indicio de que la falta no tenía importancia ni estaba condenado a ser yo un réprobo. Pronto mi madre me ordenó algo y yo corrí a obedecerle. Mis hermanos entendieron que las pases se habían cumplido y se acercaron a preguntarme:

– ¿Es lindo pasearse en un camión?

Lo curioso de este hecho luctuoso es que, meses más tarde, mi tía Lady y el cabo Pinto contraían solemne matrimonio, habiendo sido mi incursión en el mundo del delito la ocasión para que ambos tuvieran noticia de que el uno y el otro existían en este caprichoso y, a veces, temible mundo en que vivimos.


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