martes, 13 de enero de 2009

DOLORITA AGUIRRE NOVOA

Por Armando Alvarado Balareezo (Nalo)


En CHIQUIÁN, pueblo bordado de belleza sobre una seductora explanada, alumbrada por luciérnagas en las noches sin luna, y un sol radiante de día, la vida discurre bucólica y soñadora a fines del siglo XIX, destilando el perfume de los años. Todavía no hay presagio de las dos guerras mundiales, menos de la tortura y muerte de Luis Pardo. Las calles empedradas, las angostas aceras de lajas, un pilón en cada barrio y una guitarra que deja oír las notas de un huaynito con sabor a escorzonera, fueron el común denominador en la tierra del Gran Bandolero… En este cautivador icono del Perú profundo, el 28 de marzo de 1892 vio la luz primera MARÍA DOLORES AGUIRRE NOVOA, en el hogar de don Angel Aguirre y doña Epifania Novoa.

El paisaje chiquiano en el mes de marzo es hermoso bajo un bruñido cielo. Nuestro bello Yerupajá de impecable blancura, la cascada de Putu cristalina y pura junto al señero Capillapunta, los ondulantes potreros de Parientana esmaltados de verde, los sembríos de diferentes matices en las faldas de Cochapata, y los bosques de eucaliptos arrullados por el viento en Huancar, formaron el marco perfecto para este grato acontecimiento.


Tía Dolorita, como la llamábamos de cariño sus alumnos de la “Academia Preparatoria para la Primaria”, trabajó muy jovencita como maestra en Huayllacayán. Después de un corto tiempo retornó a Chiquián para administrar la bodega de su tío Juan Sánchez Dulanto. En este ínterin se enamoró de un joven criandero, y desde aquel entonces vivió entre Chiquián y Cachirpayoc (cercano al pueblo de Cajacay), atravesando a caballo los fríos parajes de Toca, Pampa de Lampas Alto, Shajsha, Alalaj Machay, Tinya, Cuta Tinya y el río Vado, ruta de viaje de su primo materno Luis Pardo Novoa.

Con el paso de los años fundó la escuela particular “Nuestra Señora del Perpetuo Socorro” en su casa del Jr. Comercio. Los recuerdos de mis vacaciones escolares mantienen presente su fisonomía: de baja estatura, tez clara, constitución regular y un peinado sencillo con un moñito atrás. Vestía con suma pulcritud, además de un trato fino y agradable. Con ella uno podía platicar horas de horas sin sentir cansancio, porque su conversación era amena, salpicada de consejos y adornada con anécdotas de hombres y mujeres célebres.

A las ocho de la mañana iniciaba su labor y sentada en una silla dominaba al grupo de niños con la mirada. Su método, claridad y sabiduría eran las características principales de sus clases. Ningún ruido se oía en el salón. Ni el más travieso se atrevía a interrumpirla cuando hablaba. Cada vez que salíamos airosos de una suma, resta división o multiplicación en el pequeño pizarrín negro, una ligera inclinación de cabeza acompañada de una sonrisa era nuestro mejor regalo.

Han pasado cuatro décadas, sin embargo los hechos que evoco laten frescos en mi memoria, pues desde su partida al lado de Dios el 21 de noviembre de 1981 su enseñanza se mantiene incólume en el tiempo. Un tiempo infinito donde tía Dolorita como pasajera privilegiada de la nave del Maestro de Maestros, gira eternamente en “Espejito del cielo”, en una especie de pacto con Santa Rosa y San Francisco de Asís. Cierro los ojos y me veo disfrutando mi infancia en un jardín de azules mariposas que salían de sus manos generosas.

Sus palabras y obra, al igual que las de mi Maestro Juan Aldave Oyola, son aliento permanente en mi duro andar, de ahí que en momentos en que acariciamos nuevos sueños para nuestra Patria chica, renuevo mi agradecimiento a quien sembrara en mí, amor por el estudio como un desafío ante la vida y me enseñara a rezar y a ungir las cosas con melodías del alma. También porque gracias a ella aprendí a escribir sin temor lo que pienso, a expresar abiertamente mi sentir y, por inculcarme un espíritu telúrico de curiosidad por la información de pueblo, hacer acopio de ella y utilizarla en la narrativa de maíz y trigo.

Por todo ello, la necesidad de perennizar el recuerdo de nuestros maestros cobra mayor sentido en estos tiempos donde la educación peruana está seriamente cuestionada, ya que propone modelos ideales para nuestra tierra, no por un día de búsqueda romántica de ejemplos a seguir, sino en la medida que nos permiten entender al resto de maestros que marcaron una época de oro en el magisterio chiquiano.

Recorrer las huellas de aquellos seres humanos que influyeron en la vida educativa de su época, es un reto para todos los alumnos: niños, jóvenes y viejos. En este camino encontraremos una gran muestra que sobreviven en la memoria colectiva, expresando la impecable imagen del Maestro entregado por completo a su labor educadora.

Las semblanzas y fotografías de antaño dibujan a nuestros maestros con terno y corbata, y a las maestras con cuello alto, manga larga y pelo sujeto con una peineta. Un elemento básico era la intachable moralidad que los constituía en un ente ejemplar en todo momento y circunstancia. Los hallamos como elementos determinantes del proceso educativo, modelos y guías espirituales del estudiante.

Los maestros locales sobreviven en los escritos de sus pupilos, aquí y en otras latitudes. A mayor información, mayor legitimidad como Maestro, como dicen los entendidos. Porque cuando el recuento es breve, breve es también el recuerdo o pequeño el grupo empeñado en mantenerlo vivo. Esto nos hace reflexionar: o han escaseado los maestros destacados o si se han dado, su labor ha sido callada y poco valorada. De allí la paradoja: "no distingue ser un buen Maestro encerrado en las aulas, pues las paredes congelan y torna más ingrata la tarea magisterial".

Los datos que hablan del desempeño de tía Dolorita en el ámbito de su función formadora de generaciones de hombres y mujeres de bien, son conocidos por los chiquianos; pero también hay datos que hablan de los pequeños mundos que llenaban su infatigable vida: su cálida tienda que compartía con sus clases, donde resaltaban sus ricos caramelos de leche que eran el deleite de grandes y chicos. Ver con frecuencia al Mudito de Huasta y Shaprita ingresando a su tienda y poco después saliendo sonrientes con un alfajor en la mano, pinta de cuerpo entero su gran corazón, amén de su negocio que cada vez presentaba mayor déficit por la larga lista de deudores, en su mayoría nobles maestros, mal pagados, como siempre.

Ella redactaba cartas y telegramas para los paisanos de los pueblos vecinos que visitaban Chiquián. Muchos de ellos no sabían leer ni escribir y tenían que contarle en detalle lo que debía contener la misiva. Cuando al finalizar daba lectura de su contenido, no se dejaban esperar lágrimas de emoción o risas, tanto de ella como del que escuchaba. Una verdadera depositaria de penas y alegrías que compartía con paciencia infinita, exquisita redacción e impecable caligrafía.

Ella confeccionaba guirnaldas para los difuntos, especialmente los primeros días de noviembre. En las fiestas patronales preparaba bellas coronas para el Capitán y su comitiva. Asimismo los ramilletes de flores que orlaban las orejas de las jóvenes pallas. En las corridas de toros lucían de blanco y grana sus hermosas moñas en las divisas de los bravos jirishanquinos, así como las banderillas con papel de seda de vistosos colores en manos del popular diestro Romerito el quisipatino.

Con el crochet fue una experta confeccionando finos gorritos para los recién nacidos. A las bebitas les hacía los agujeritos para los aretes con destreza y cuidado. A falta de médicos y enfermeras atendía a las personas que acudían por una receta casera aprendida de sus ancestros y de los libros y revistas que se agenciaba en Lima. También proporcionaba modelos de esquelas, oficios, solicitudes, tarjetas, discursos, recetas culinarias de potajes dulces y salados, tanto costumbristas como criollos; en especial: tamales, salchicha huachana, chicharrones, fritangas y las aromáticas mushingas métricas o morcillas negras y blancas.

Su tienda era muy visitada por sus cientos de ahijados de Chiquián y los pueblos aledaños, así como de sus amigas de generación, entre ellas, las señoras Guillermina Ibarra, Victoria Montoro, María Sánchez, Zoila y Juanita Espejo, Natividad Calderón, Natalia Castillo, Catita Calderón, Oñaca Ñato, Victoria Palacios, Emiliana Cerrate, Gliceria Espinoza, Esther Romero e Irene Moncada, con quienes compartía un cafecito caliente y olorosas jaratantas. Asimismo recibía durante el día a los padres de familia que iban a conocer el avance del aprendizaje de sus hijos.

Era habitual escuchar yaravíes arequipeños, pasodobles, valsecitos criollos, huaynos ancashinos y declamaciones poéticas en su casa, previa “caspiroleta” a base de clara de huevo, limón y azúcar para afinar la voz. Fue la precursora en "Espejito del cielo" de las tardes de velada en las que brillaron sus sobrinos Romeo y Lucho Reyes; así como de los bailes andaluces donde se lucían Mery Romero y sus compañeras de colegio. Romeo y Lucho eran duchos en magia con calavera, sombrero y conejo, bajo la absorta mirada de los chiuchis y de las personas que tía Dolorita cobijó bajo su techo: su sobrino Hernán Reyes Aguirre, un excelente Maestro Rural y sus hijos. También Alberto Turco Aguirre, Luz Romero Milla, Zoila Reyes Aguirre, Isaías Támara Ortega, Claudio Carvajal Larrea, entre otros seres humanos que siguieron sus huellas.

Maestra Dolorita Aguirre Novoa:

Muchas páginas harían falta para detallar su fulgente trayectoria en bien de nuestro pueblo. Hoy sus enseñanzas son gemas que brillan en lo más profundo de mi ser y constituyen mis primeras lecciones de vida que fulguran con el recuerdo de su palabra y obra. Son cascadas de perlas impregnadas de rocío que mojan mis pupilas, como un cielo chiquiano cuajado de estrellas que iluminan nuestras conciencias.
DESCANSE EN PAZ DOÑA DOLORITA




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